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sábado, 3 de marzo de 2012

El abogado



     Un sacerdote de una parroquia, jamás había recibido ni una sola donación por parte de uno de los abogados más ricos de la localidad.

     Un día, el párroco decidió ir personalmente a hablar con el abogado, acerca de este asunto.

     - Pues, verá.., quería hacerle notar, si me lo permite y con todo el respeto que su persona me merece, que, según nuestros datos, nos consta que usted gana más de tres millones de euros al año y nunca nos ha donado nada, ni un solo céntimo, para nuestras obras de caridad.

¿Querría usted,mediante suscripción, contribuir con cierta cantidad a nuestras obras?

     El abogado, que había escuchado muy atento, quedó pensativo por unos      instantes y luego respondió:

     - ¿Consta en sus datos que mi madre está muy enferma y que sus gastos
     médicos están muy por encima de su pensión anual de jubilación?

     - Ah, no, por supuesto que no -murmuró el párroco.

     ¿Qué estoy separado y a mi mujer le paso un dineral?
 
     - No.

     -¿Y les consta que mi hermano pequeño es ciego y no encuentra trabajo? 
 
El párroco ni abrió la boca.

     -¿Dicen algo sus datos -prosiguió el abogado- acerca de que Jordi, el      marido de mi hermana, murió hace poco en un terrible accidente y la dejó      sin dinero y con cinco hijos pequeños?

     - Desde luego que no -respondió humillado el párroco-.

Discúlpeme, no tenía ni la menor idea de todo eso

     - Y en sus registros, ¿figura, por ejemplo, que tengo a mi padre,      diabético y enfermo del corazón, en una silla de ruedas desde hace más de diez años?

     - Lo siento. No, no sabía nada. Me deja usted perplejo.

     - ¿Pero sí supongo que sabrá que dos de mis sobrinos son sordomudos?
 
     -Volvió a preguntar el abogado.

     .....Apenas pudo oírse el «no» del párroco

     - Y, por si eso fuera poco -continuó el abogado- ¿saben ustedes que la      empresa de mi hermano mayor, el padre de los sordomudos, ha quebrado con la crisis y está prácticamente arruinado?
 
     - Pues no, la verdad -respondió avergonzado el párroco, por el papelón      hecho-. Lo siento de veras; no tenía ni la menor idea de todo lo que  usted me ha dicho.

     - Entonces -dice el abogado-, dígame:

     -¿Por qué cojones tengo que darle dinero a usted, si no se lo doy a
     ellos?-
   


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