Se aplica a todo lo que llega a destiempo, cuando ha pasado la oportunidad y resulta inútil su auxilio. Instituida durante la Edad Media y reformada después por los Reyes Católicos, la Santa Hermandad era un cuerpo de policía rural encargado de perseguir y juzgar a los malhechores comunes. Sus miembros -los cuadrilleros- vestían un uniforme caracterizado por el color verde de las mangas.
En una relación de la entrada de Felipe II en Toledo, el 26 de noviembre de 1559, se lee:
«Salió primero la Santa Hermandad desta çibdat...con treinta y dos vallesteros, todos vestidos de verde con sus monteras sus vasallos y carcaxes y tiros.»
Vestidos de verde iban también los 32 ballesteros de la Santa Hermandad cuando entró en Toledo la reina doña Isabel de Valois, el 13 de febrero de 1560, según Rodríguez Marín en su Edición Crítica del Quijote.
En sus comienzos este Cuerpo armado prestó destacados servicios en la represión de la delincuencia, pero posteriormente se relajó su disciplina, viniendo a perder el prestigio público de que gozaba. Tanto que entre la suma de descréditos acumulados, llegó a tener fama el que los cuadrilleros, o mangas verdes, como se les llamaba también, jamás comparecían a tiempo donde eran requeridos, extremo que hizo proverbial la frase «¡A buenas horas, mangas verdes!»
En nuestra zarzuela se hizo famoso el coro de los guardias valonas de El barberillo de Lavapiés:
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